domingo, 7 de noviembre de 2010

¿A QUÉ CLASE DE CONOCIMIENTO PUEDE TENER ACCESO EL HOMBRE?


Para ti que dices:
En ese propósito decidí encargar el entendimiento del mundo material y de lo espiritual a mi capacidad de razonar”

La mente y el conocimiento material
 
La mente del hombre

Es del todo evidente que el hombre, en la asombrosa capacidad que ha recibido a través de una mente prodigiosa, tiene un acceso ilimitado a saber y conocer (esto es, apropiarse de lo que sabe y hacerlo suyo por vía experimental) acerca del mundo material y hacer uso de lo que ha entendido adaptándolo de una forma práctica a su vida. Puede explorar su mundo a través de sus sentidos físicos y analizarlo a través de su prodigiosa mente. Cuanta más información sea capaz de abarcar, tanto más sabrá. Cuanto más analice, pondere y experimente sobre la información que tiene delante de sí, más podrá llegar a conocer. Sea como fuere, aparte de su conocimiento innato o instintivo, siempre necesita una “fuente” o un “maestro” para saber o conocer, que le sirva de referencia. Todo esto formará parte de su conocimiento físico. Un conocimiento de verdades en el campo de lo físico. Un ejemplo:

Tomemos como ilustración a alguien que está solo totalmente en una isla. Ha nacido y se ha criado allí, pero lamentablemente a la edad de 5 años, sufre la pérdida de sus tutores. Se queda solo y tiene que sobrevivir. Evidentemente, todo el conocimiento que tiene a su disposición consiste en:
1.- Su instinto (personalmente creo que es conocimiento intrínseco recibido), que le ayudará a satisfacer sus necesidades físicas y de supervivencia, al igual que los animales.
2.- Uno recibido en vida, esto es, aquello poco de lo que recuerda que fue enseñado por sus progenitores (solo si recuerda algo).
3.- Uno adquirido y desarrollado por observación de su entorno: Nuestra vida consiste en un continuo aprendizaje. Cuanto más explore su entorno y experimente y se familiarice con él tanto más aprenderá y conocerá y por supuesto, más posibilidades de supervivencia tendrá. Porque es un ser inteligente (racional) y personal1, será capaz de agudizar su inteligencia para sobrevivir. Aprenderá vía experimental de su entorno y se formará, pero solo con el conocimiento experimental al que tiene acceso. De algunos árboles, plantas y animales aprenderá que puede comer (si no muere en el experimento), pero éstos no le proporcionarán ningún otro conocimiento válido. De los fenómenos atmosféricos y climatológicos aprenderá a disfrutar lo placentero y evitar lo desagradable y a usarse de ello para conseguir algunos de sus fines, pero no le enseñarán matemáticas o geografía o lengua, y muchísimo menos, filosofía, ética o religión. De su propio cuerpo aprenderá que tiene a su alcance algo, una herramienta, muy útil, pero que también tiene necesidades; que puede experimentar placer o dolor, etc. De su propia mente racional aprenderá a tener conciencia de que existe y además es diferente a todo lo demás. Si sucede que logra sobrevivir pero nunca sale de aquella isla y se relaciona con otros seres humanos, no podrá tener acceso más que a un pequeño conocimiento físico, de su entorno material. Estará limitado absolutamente a conocer lo circunscrito por su pequeño entorno.
Ahora bien, ¿qué sucederá si alguien lo rescata de su limitado conocimiento físico y lo lleva a un mundo nuevo y “civilizado”? Evidentemente, su conocimiento físico será incrementado considerablemente en proporción con la información que reciba de su medio.

En este caso, creo que no es opcional, sino necesidad imprescindible, “encargar el entendimiento del mundo material” nuestra capacidad de razonar, aunque insisto, siempre necesitara un instructor. Así lo diseñó el Creador y es absolutamente lógico. Debemos usar nuestras capacidades recibidas porque son un don valiosísimo. El no hacer uso de lo que hemos recibido y poner el cerebro en la mesilla de noche junto con la dentadura postiza, es necedad y por tanto pecado. Y así por desgracia obran muchos que son “ignorantes voluntarios”.
Ahora bien, creo que hay personas que llegan no solamente a saber, sino a conocer muy bien muchísimas cosas en el mundo de lo físico y lo material, aunque permíteme la expresión, “se pueden llegar a saber muchas cosas, sin realmente saberlas como se deben de saber”; en breve verá resuelto el dilema. 
 
El espíritu y el conocimiento espiritual 
 
Hay, no obstante, otro tipo de conocimiento al que el hombre tiene también una vía de acceso—aunque muchos lo desconocen—y sin duda, una otra capacidad que nos ha sido dada para recibirlo, pues no solamente es una criatura material o física con sentidos físicos: vista, olfato, tacto, gusto, oído… sino que es también un ser espiritual y por lo tanto posee, una naturaleza espiritual, con sentidos espirituales que le ayudarán a percibir y moverse en el mundo de lo espiritual.
Lo que el hombre pueda alcanzar en este conocimiento no es el fruto de un aprendizaje propio por observación del entorno material, ni es aprehendido a través de unas capacidades propias, ni procede de uno recibido por nuestros progenitores ni maestros, como sucedía en el conocimiento de lo material, sino que consiste principalmente algo recibido o “revelado” por una entidad inmaterial superior, espiritual; capaz de revelarse o darse a conocer a sí misma al hombre.
Este es, por tanto, un conocimiento que de ninguna manera podemos “encargar a nuestra capacidad de razonamiento” (nuestra mente) el entender, sencillamente porque nuestra mente no sirve a este fin ni puede tener acceso a ello. Es como pretender abrir el motor de un sofisticado vehículo con la llave 13 de una bicicleta (se queda corto, no alcanza este propósito). Y de todas formas, ¿de qué me serviría poder abrir este motor si en mi obvia limitación no tengo ni idea de lo que hay dentro, ni para qué sirve?
Este conocimiento es más alto y más profundo de lo que podemos alcanzar a través de nuestra mente y nuestros sentidos físicos. Se encuentra dentro de otra realidad, otra dimensión. Aun así, muchos han intentado ya y siguen intentando vía razonamiento humano alcanzar algo que pertenece solo al entendimiento espiritual y ahí siguen, obstinados en su propósito, intentando abrir el motor con sus pequeños e ineficaces instrumentos y pretendiendo saber, se envanecen en sus propios razonamientos2. 

El espíritu del hombre
¿Cuál es entonces el instrumental que necesitamos y lo que tiene la capacidad de abrir, penetrar y entender este mundo espiritual? El espíritu3 del hombre que está en él.
Sin embargo, el espíritu del hombre de por sí, tampoco serviría sin una guía esencial o una “fuente” o un “maestro” que le sirva de referencia: el Espíritu de Dios (soplo o aliento del Omnipotente). Es un conocimiento de orden espiritual el cual solo puede ser revelado por un Espíritu y a un espíritu y comprendido espiritualmente. Esta revelación fluye sabiamente del Espíritu de Dios al espíritu humano en pequeñas porciones de manera que podamos abarcarlas y entenderlas.
El espíritu humano, inmaterial, la parte más interior del hombre y la que le ha sido dada como vía de relación con su Creador, al igual que la mente del hombre, tiene una asombrosa capacidad de desear, percibir, sentir, y por supuesto, de entender y relacionarse. Es algo así como una “mente espiritual”, con plenas capacidades cognoscitivas, volitivas, intuitivas y de relación. Esta es la herramienta que necesitamos para percibir el conocimiento espiritual, nuestro espíritu, y la capacidad que éste tiene de percibir estas realidades espirituales. 

Y si es tan fácil, ¿por qué no todos tienen acceso este conocimiento espiritual?
El conocimiento espiritual es un conocimiento bastante más limitado al hombre que el conocimiento material, precisamente a causa de la situación espiritual y la inconsistencia moral en la que éste vive, la cual no le permite entender y apropiarse de las verdades espirituales, ni percibir a través de sus sentidos espirituales moribundos, adormecidos o entumecidos. Es como si esta herramienta, a causa del desconocimiento que poseemos de la misma, y por tanto, del desuso del que la posee, está deshabilitada, inoperante, o inactiva. Peor aún, es como si a causa de nuestro orgullo y necedad natural, la ignorásemos totalmente, no creyendo poseer tal cosa y menospreciando toda insinuación acerca de la misma. 

La importancia del conocimiento espiritual 

Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo”
(Saulo de Tarso: Pablo)
¿Puede el hombre conocer a la perfección una verdad natural o física sin conocer a Dios?, más aún ¿puede tener acceso al conjunto de las verdades espirituales? ¿Puede el hombre conocer cómo debe de conocer, sin conocer al Dios que todo lo conoce y por lo tanto fuente de toda verdad?
No estoy insinuando que alguien que no conoce a Dios no puede saber o conocer diferentes verdades, sin embargo sugiero que es tan importante poseer este conocimiento espiritual que todo otro conocimiento aun físico no podrá ser aplicado correctamente sin el conocimiento de esta Verdad espiritual previa, fuente u origen de todas las demás verdades sean físicas o espirituales, pues toda otra verdad surge de esta Verdad primera.
Por ejemplo, una persona puede estar perfectamente familiarizada con la física y llegar incluso a descubrir verdades asombrosas y fórmulas que llevasen a hacer sorprendentes progresos en el conocimiento físico de la humanidad. Sin embargo, si no conoce a Dios y su verdad, y adolece, por tanto, de conocimiento espiritual, nunca será capaz de vivir coherentemente con el conocimiento que posee y usar las verdades que conoce para el beneficio de la humanidad, sino para su propio beneficio y gloria y por tanto, aun inconscientemente, su conocimiento será usado para la destrucción de la raza humana.
Albert Einstein, quien era a todas luces creyente y gran pacifista y sionista4, tras percibir las terribles consecuencias que iba a traer su portentoso descubrimiento, hizo la siguiente asombrosa declaración a través de los medios de comunicación de Estados Unidos en 1950:
"La bomba de hidrógeno aparece como algo posible, alcanzable en poco tiempo. El presidente Truman ha anunciado que su realización debe ser acelerada. Si este propósito se realiza, el envenenamiento de la atmósfera por medio de la radioactividad y, en consecuencia, la destrucción de toda forma de vida sobre la Tierra entrará en el dominio de las posibilidades técnicas. Todo parece encadenarse en esta siniestra marcha de los acontecimientos. Cada paso parece como la consecuencia inevitable del que lo precedió. Al término de este camino se perfila cada vez claramente el espectro del aniquilamiento general".
Esto demuestra que el desconocimiento de “La Verdad” por excelencia, incapacita al hombre para conocer otras verdades como debiera conocerlas, esto es, para la gloria de Dios. El conocimiento que el hombre pueda adquirir—que siempre necesita un referente o una fuente, y nunca podrá en honestidad atribuírselo como propio—que sea usado para glorificarse a sí mismo y no al Creador, es un conocimiento vano, pues nunca surtirá los efectos beneficiosos y universales para los que fueron diseñados (1ªCor.8:1). Un hombre puede estudiar botánica y zoología y tener en este campo un conocimiento sorprendente sin embargo, cuando mata por despecho a un animal o quema un bosque, demuestra una inconsistencia con la verdad que conoce, pues no conoce la naturaleza y el propósito de estas verdades ni a su promotor: Dios.
Es por esta misma razón (que el hombre busca su propia gloria y se jacta de su conocimiento), que Dios ha escondido estas cosas—verdades espirituales—de los sabios y los entendidos de este mundo, y las ha revelado a aquellos que son sencillos—no ignorantes—como niños y creen a Dios. Un hombre puede ser una eminencia en el campo de la física y sin embargo “conocer” o “saber” (como se debe de saber) infinitamente menos en proporción, que un niño. 

Conclusión:
Cuando me encargo a mí mismo (o a mi capacidad de razonar, esto es, mi mente), sobre respuestas que están completamente fuera del alcance de ésta, no me hago ningún gran favor ni adelanto en mi conocimiento de las cosas. Simplemente desembocaré una y otra vez en mi propio conocimiento mental predefinido.
Imaginemos a un mono caído en una ciénaga pantanosa tratando de salir de allí tirando de sí mismo. Imagina donde irá a parar el animalillo; o a un alumno que se marcha de la clase porque dice que el profesor no tiene nada que enseñarle y encarga a su propia capacidad de razonar (sin ninguna otra fuente de aprendizaje) el entender las matemáticas, físicas, geografía o cualquier otra materia que forman parte de ese conjunto de verdades que nos rodean. ¿Te imaginas a ese alumno prepotente y sabiondillo en su propia opinión un año después?
La verdad es que nosotros no lo sabemos todo y necesitamos de ayuda para entender y conocer el mundo que nos rodea. ¡Cuánto más necesitamos de nuestro Creador para conocer y entender lo espiritual! En nuestra propia sabiduría terrenal (máxime cuando ni siquiera conocemos todo lo que debiésemos conocer de lo terrenal), no podremos nunca alcanzar lo que está fuera de nuestro alcance.
Jesús dice: “si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (Jn.3:12)
Así pues, la única manera de recibir verdadero conocimiento espiritual es por revelación de este ser espiritual, Dios, a un espíritu humano dispuesto y abierto a recibir tal conocimiento. Dios dándose a conocer a Sí mismo al hombre y el hombre recibiendo su mensaje espiritualmente, es la única fuente de conocimiento de lo espiritual válido.
1 Lo cual curiosamente se diferencia de los animalillos y ¿cómo puede ser esto si provenimos de los animalillos o de una impersonal explosión cósmica?
2 “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios.” La Santa Biblia, Epístola del apóstol San Pablo a los Romanos, cap.1 vs.21
3 “Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda” La Santa Biblia, Job 32:8
4 En 1939 Einstein participó junto con otros físicos en la redacción de una carta dirigida al presidente Franklin D. Roosevelt en la que se pedía la creación de un programa de investigación sobre las reacciones en cadena. La carta, que sólo iba firmada por Einstein, consiguió acelerar la fabricación de la bomba atómica, en la que él no participó ni supo de su finalización. En 1945, cuando ya era evidente la existencia de la bomba, Einstein volvió a escribir al presidente para intentar disuadirlo de utilizar el arma nuclear.

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